Así, esto se muere
La cara obesa de la mujer en el asiento de la pasajera de la gruesa vagoneta blanca, su saludo desdeñoso, luego de oírme despotricar contra el motoquero cuyo escape me echó humo a la cara (le dije que eso, la moto, es la enfermedad, me preguntó si estaba loco, después lo vi volver corriendo a recoger su casco que había dejado olvidado en el suelo), el gesto de la mujer (de su tienda sale, durante gran parte del día, la voz grabada de un robot humano listando los precios de la ropa usada que vende). Los argumentos habituales para rechazar una mínima responsabilidad: el motoquero, ante mi increparle su humo a la cara de la gente: "¿Qué de malo tiene?" Él sabe que de malo lo tiene todo, de entrada. Dejó de gastar veinte o cincuenta pesos en el implemento que haría que el humo de su escape saliera hacia el suelo en lugar de golpear la cara de la gente en la calle, o talvez gastó unas decenas de pesos en lograr que su moto haga este daño, para remedar a los miles de motoqueros que, antes que él, hacen lo mismo. Y sigue: "Estoy en la calle", como diciendo que aquí todo se permite, que no hay responsabilidad que valga.
En la sala de internet que uso para escribir esto, el dueño usa una moto pequeña para ir de aquí a su pensión, a una cuadra de distancia; usa una moto grande para ir a su casa, que supongo estará a unos kilómetros de aquí, y una bicicleta cara para pasear una vez por semana.
En este negocio, se venden tarjetas de prepago de teléfono móvil, por cientos. Es deprimente. Gente que ganará unas décimas de centavos revendiendo para las empresas de monopolio del habla-olvido-desconocimiento que habitualmente es el teléfono el derecho a hablar-olvidar-desconocer.
La propaganda al costado derecho de la pantalla en el correo Yahoo: que vea los nuevos SUVs, y no sé qué más de carros...
Los acoples de transporte de carros importados que vi hoy en una avenida...
Así, no hay mañana. Así, esto se muere.
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