lunes, 2 de octubre de 2017

En la esquina de la Lanza con Uruguay

Echado sobre la acera, estorbando el paso, el perro grande y ya viejo, de color pardo, robusto perro de calle, de los que les va bien o pasablemente en la calle. Son pocos los transeúntes que lo tocan. Él apenas se da por enterado. Es en la esquina de Lanza con Uruguay, en el mercado Calatayud, a las siete de la noche de este día lunes. Cuánta más gente pasaba a esta hora por aquí el año pasado, y cuánta más el anteaño. Bajó mucho el movimiento en este mercado.

Por la calle pasa, atronando, un micro de la línea letra elle (muchos de los micreros de esta línea son intemperantes), para llegar a la esquina con el semáforo ya en rojo, y pasar nomás; usa todo el ancho de la calle, sin dejar espacio para nada más (¿y si, entre los carros estacionados, una wawa asomara la cabeza? ¿y si al micro se le enganchara en un remache el borde de la pollera o de la manta de una khatera?). Parecidos son algunos camionetudos, esa gente salida de la Cancha, producida por la Cancha, pero que, desde hace unos años, están asolando las canchas: se acercan a los peatones para intimidarlos con sus SUVs. Y hay muchos taxistas que, si les das espacio, te hacen apartar con miedo. Pero también hay gente de la que maneja carros que son hasta por ahí tolerantes.

La esquina donde el perro pasa una media hora echado, empieza su actividad de noche. La anticuchera (una de las cuatro hermanas herederas de una famosa vieja ya finada, hijas que se turnan de a dos noches cada una la explotación de la esquina) llega en taxi, descarga sus bártulos con ayuda, acomoda los carbones en su base de lata, hecha un chorro de combustible, enciende el fuego, coloca su mesa, pone a mano las bolsas, los sorbetes, alista la mesita del refresco, abre la canasta (de plástico) con lonjas de carne de corazón de res ya ensartadas en varillas de rueda de bicicleta, hace a su hija el encargo de ir a buscar monedas para dar cambio a los clientes, se alisa la cofia que le cubre el cabello.

El perro se levanta para ir a la vuelta de la esquina, a confraternizar con el abuelo perro dueño de este lugar, un mimado perro grande de color café oscuro, casi negro. Ahora, media hora después, siguen amistando, aquí, a la puerta de esta sala de internet.

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