En la avenida Kyllman
Detrás de la cara de mi hijo, de su nariz recta, de su pelo negro enrulado, los codos de los brazos enormes de metal bruñido de las topadoras. -- Bulldozers, digo, son monstruos, máquinas que destruyen cosas, que disminuyen puestos de trabajo. -- Pero, replica mi hijo, son rentables, se pagan pronto, y ya manejé uno, durante un rato, en el río de Phaso.
Caminamos. Llegamos a la esquina de la cuadra de molles grandes y caprichosos, una cuadrita que me gusta, y que me trae una emoción recordada. El primero de los molles, que es pequeño, está secándose; solas dos ramas, muy empinadas, tienen verde. Su corteza blanquea. Miro adelante, hacia la ciudad. Voy a mear allá adentro, al tercer o cuarto árbol; aunque es de noche, tengo que esperar que una mujer, y luego otra, pasen cerca, entren a sus casas.
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