miércoles, 17 de febrero de 2016

En la avenida Kyllman

Detrás de la cara de mi hijo, de su nariz recta, de su pelo negro enrulado, los codos de los brazos enormes de metal bruñido de las topadoras. -- Bulldozers, digo, son monstruos, máquinas que destruyen cosas, que disminuyen puestos de trabajo. -- Pero, replica mi hijo, son rentables, se pagan pronto, y ya manejé uno, durante un rato, en el río de Phaso.

Caminamos. Llegamos a la esquina de la cuadra de molles grandes y caprichosos, una cuadrita que me gusta, y que me trae una emoción recordada. El primero de los molles, que es pequeño, está secándose; solas dos ramas, muy empinadas, tienen verde. Su corteza blanquea. Miro adelante, hacia la ciudad. Voy a mear allá adentro, al tercer o cuarto árbol; aunque es de noche, tengo que esperar que una mujer, y luego otra, pasen cerca, entren a sus casas.

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