Culto al carro
El muchacho de trece años se acerca abriendo los brazos al auto amarillo que estaciona poco más allá del puesto de venta de comida que su madre atiende en la calle de un mercado del centro de la ciudad de Cochabamba. Su hermano mayor de veinte años le explica cosas del auto, que es deportivo, famoso y deseado, que vale tanto, que este específicamente es una variedad equis del modelo. Este muchacho de veinte usa bicicleta montañera en combinación con moto de doscientos centímetros cúbicos, y estudia en la universidad. Su madre educa a otro hijo, mujer, que estudia para militar. El muchacho de trece cada día ve, me cuenta, de dos a tres programas deportivos de media hora.
Mi vecino compra, refacciona y vende carros de colección. Lo oigo hacer sus tratos, negociar, rogar, negar, ofrecer, explicar los detalles de las reparaciones, contratar la grúa, comprar repuestos, pues hace todo esto en la calle, gran parte de las veces usando teléfono móvil. La otra noche lo ayudé, junto a su esposa y hija, a empujar tres autos viejos, que no se mueven por sí solos, y que ocuparon todo el espacio de amplio patio delantero, hasta el último rincón.
Hijos de familias que en años van juntando más plata, gastando, mostrando más, y por esto, subiendo en la estima de sus vecinos, ganando compadrazgos, consiguen que sus padres les compren autos deportivos, que algunos de ellos manejan como para hacer huir a la gente, como amenazando con chocarnos.
Motoristas comunes y cualquieras : ¡ cómo empuñan el volante, cómo apoyan sobre la ventana abierta el brazo a la altura del codo, esos gestos, caray, qué hombre importante, qué mujer lejana, hay que ver cómo acercan la mamadera a la pequeña niña amarrada al asiento de la derecha, y cómo bajan del carro por la puerta izquierda, dueños de la calle, y esa forma de acelerar, son campeones, y la manera de sostener el celular, y cómo tocan la bocina, cuidado ! Un motorista se te acerca, ¡ cuidado !
Lugares intensamente motorizados en la ciudad Cochabamba. La feria de compraventa de carros usados, al oestesur del cruce de las avenidas Melchor Pérez y Víctor Ustáriz, cuyas actividades variadas merecen descripción aparte. Las tiendas de autos nuevos, sobre todo en la avenida América, pero expandiéndose cada vez más por el resto de la ciudad. La venta de repuestos para carros, en el cuadrante limitado por la Heroínas, la costanera oeste, la Calama y la Hamiraya. La venta de aros y llantas y de otros repuestos usados, en la avenida Siles, lugar de movimiento también intenso. Venta de llantas nuevas para camiones y tractores en la Barrientos, ocupando ahora gran parte del espacio comercial de las cuatro a seis cuadras finales de esa avenida. Casetas de venta de llantas usadas en la Barrientos, antes de la 6 de agosto (donde se ve personas sentadas sobre taburetes que tallan a cuchillo la trilla sobre la piel de goma de las llantas). La venta de adhesivos en la calle Uruguay entre 16 de julio y Oquendo. La zona al norte del aeropuerto, con depósitos de flotas de transporte y carga. La avenida 6 de agosto, con talleres de reparación de motores. Las primeras cuadras al oeste de la Víctor Ustáriz, hasta la Beijing, con esparcidos talleres de parche y inflado de gomas; algo parecido en la avenida Simón López, desde el cruce Taquiña hacia el este. Y en la villa Belén-Tokio hay un taller, dentro y alrededor del que hay muchos autos ya desechados, es un deshuesadero, lugar impresionante de ver.
Supongo que esta lista crecerá.
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