lunes, 22 de julio de 2019

El vértigo, por Ernesto Sabato

Ernesto Sabato dice que la ferocidad y la violencia convirtieron a Buenos Aires en una megalópolis enloquecida. Y pregunta: "¿Se puede florecer a esta velocidad?

El hombre no se puede mantener humano a esta velocidad, si vive como autómata será aniquilado. La serenidad, una cierta lentitud, es tan inseparable de la vida del hombre como el suceder de las estaciones lo es de las plantas, o el nacimiento de los niños.

Estamos en camino pero no caminando, estamos encima de un vehículo sobre el que nos movemos sin parar, como en una gran planchada... Ya nada anda a paso de hombre, ¿acaso quién de nosotros camina lentamente? Pero el vértigo no está solo afuera, lo hemos asimilado a la mente que no para de emitir imágenes, como si ella hiciese
zapping; y, quizás, la aceleración haya llegado al corazón que ya late en clave de urgencia para que todo pase rápido y no permanezca. Este común destino es la gran oportunidad, pero ¿quién se atreve a saltar afuera? Tampoco sabemos ya rezar porque hemos perdido el silencio y también el grito.

En el vértigo todo es temible y desaparece el diálogo entre las personas. Lo que nos decimos son más cifras que palabras, contiene más información que novedad. La pérdida del diálogo ahoga el compromiso que nace entre las personas y que puede hacer del propio miedo un dinamismo que lo venza y les otorgue una mayor libertad. Pero el grave problema es que en esta civilización enferma no solo hay explotación y miseria, sino que hay una correlativa miseria espiritual. La gran mayoría no quiere la libertad, la teme. El miedo es un síntoma de nuestro tiempo. Al extremo que, si rascamos un poco la superficie, podremos comprobar el pánico que subyace en la gente que vive tras la exigencia del trabajo en las grandes ciudades. Es tal la exigencia que se vive automáticamente, sin que un sí o un no haya precedido a los actos".

"LO PEOR ES EL VÉRTIGO.

En el vértigo no se dan frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportamiento de autómata, ya no es responsable, ya no es libre, ni reconoce a los demás.

Se me encoge el alma al ver a la humanidad en este vertiginoso tren en que nos desplazamos, ignorantes atemorizados sin conocer la bandera de esta lucha, sin haberla elegido".

"Nuestra civilización ha tomado un tipo de bienestar como el 'deber ser' de la vida, fuera del cual no hay salvación. Este objetivo es logrado por el miedo, y por la incapacidad que tienen hoy los hombres de vivir los momentos duros, las situaciones límite, los obstáculos. En especial, se tiene horror al fracaso. Se oculta cualquier avería en el bienestar, pues enseguida se teme la exclusión..."
-- La resistencia, Buenos Aires 2000, las partes copiadas arriba son de la quinta y la cuarta cartas.

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