Tres segundos
Dos motos me alumbran. Es la esquina. Llego a la esquina para usar el último número verde del conteo regresivo del semáforo. Las motos quietas aceleran. El ruido de sus motores me molesta. Sus luces me intimidan. Detrás de ellas, tres carros lado a lado, también rugen sus motores.
Entro yo a la avenida. Pasan las motos poco después, a mi lado, y la sensación de peligro desaparece: no las tengo ya al frente, sino a un costado, y yéndose. Pasan también los carros. Todo, mi agitación y mi calmarme, en tres segundos.
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El mismo día, en otro lugar. Es un barrio residencial en Quillacollo, una calle de tráfico rápido. Esperan carros en la esquina que cambie el color rojo para ellos del semáforo; uno de ellos hace sonar su motor, presionando el pedal del acelerador. Semáforo verde para mí, ciclista. Paso. A mi lado, sereno, muy lento, en control de la situación, pasa caminando un niño de hasta ocho años. Me asombro y me reconforta.
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