miércoles, 25 de julio de 2012

Representación

Salgo a las cinco de la tarde en busca de sol -- me chorrea la nariz, creo que me voy a resfriar. No hay sol. Camino unas cuadras. En la esquina de la catedral, un hombre con el pantalón abultado, del que salen unos tirantes a los hombros, con chulo color naranja, con la cara pintada de blanco, estorba el paso de una vagoneta (que tiene semáforo verde), haciendo como que va a cruzar, pero sin llegar a cruzar : pone el pie delante de la vagoneta detenida, lo retira, lo vuelve a poner. Su cara representa la humillación empecinada del peatón que busca, pugna y al final logra (en medio del tráfico lento de Cochabamba) la cesión del paso ; su cara, sus gestos, y su cuerpo (sus hombros, su pecho, los movimientos del los brazos) representan el orgullo del peatón que no se deja ante el motorista, que lo reta a pisarlo, sabiendo que no será pisado. Todo en una cámara lenta perfectamente lograda.

Usa en la nariz o en la boca una bocina como de esos juguetes de wawa, que suenan como un chisguete, un chirrido variable de ruido semimusical. Irritante si se lo oye en repetición, pero hilarante cuando el representante de esta tarde lo sopla, porque, coordinando orejas con mente, uno entiende apenas que, esta vez acercándose a una señora de a pie, de edad, que cruza la calle, lo que le dice es: ¡Mamá, mamá! y la persigue ; y uno se mata de risa. Luego, poniéndose al paso de un trío de chicas, las encara, y la bocina entona la melodía del striptease, mientras el cuerpo del hombre ondula, él es una bailarina, y se va bajando los tirantes del pantalón... Y también, acercándose a una mujer en edad de merecer le ruega algo al oído, como en secreto, y cuando ella lo desaira, pasando, yéndose, él se arrodilla: ¡Por favor, por favor! Pero ella se le va...

Y tiene más. Tiene un trapo color naranja, que lanza a quienes no le dan pelota, a los que no lo entienden, no colaboran en la representación (que son bastantes). Con el trapo limpia o hace que limpia el parabrisas de una movilidad, para luego pasar a pedir el pago, y, como no se lo darán, arma un despelote. Por ratos, el trapo se queda tendido en el piso, sobre la línea de cebra. Con el trapo, movido adecuadamente, rinde pleitesía a una pareja de jailas que cruzan la calle; o, anticipándose al caminar de una niña, a la que suponemos simpática, va limpiando los puntos donde ella asentará los pies.

Tiene una pistola (de plástico, supongo), con la que, a veces, apunta a motoristas o a peatones (en la esquina de la plaza, dos policías de la UTOP lo miran actuar y se ríen). Pero el acto de la pistola puede suceder o anteceder a la mímica de la rendición: el hombre levanta los brazos, se declara prisionero, se entrega, esta vez, al motorista que lo tiene delante. Entonces, él empieza a jalar una soga (debe de ser imaginaria, no la veo) y va remolcando al carro cuatro por cuatro, centímetro a centímetro ; el o la motorista colabora, avanza de a poco.

Reímos a carcajadas, tanto que se nos salen las lágrimas. Somos decenas quienes desde las cuatro esquinas vemos la representación. Yo estaba pasando por allí ; cuando me di cuenta, mirando el reloj de la iglesia, ya eran cinco minutos, y al final fueron quince. No pude desprenderme.

El payaso imita el caminar desafiante de uno, situándose a su lado. Cuando el peatón lo sobrepasa, él lleva su mano cerca del trasero del hombre joven, que da un respingo... salta del miedo.

Más. Se acerca por detrás a un grupo aleatorio de peatones, es decir, gentes que estarán juntas únicamente al cruzar la calle, luego se desperdigarán. Se junta a ellos, y sonando su chisguetito de silbido chillón va diciendo: Compañeros, la lucha es dura pero venceremos -- es un estribillo de las marchas de protesta popular.

Extiende la diestra para el señor que se aproxima; este lo evade; nuestro hombre se santigua, como previniendo un mal, rechazándolo. Reímos tanto... Se persigna también en otras ocasiones, y cada vez el gesto significa algo diferente.

Alguien (es una señora que lo está filmando con un teléfono multiuso) le ofrece plata. Él la hace esperar, payaseando por su escenario. Al fin, viene, y cuando ella le alcanza el metal, él, derrepente, la encañona con su arma. A otros que lo llaman para recompensarlo, los posterga, los ignora. No tiene puesto un sombrero en el suelo para recibir monedas. ¿Cuándo cobrará?

Él tiene mucho más, no repite casi nada. Aquí me como decenas de otras cosas que hizo.

Cuando yo no río es en esta escena suya : se tira, en cámara lenta, contra el capó de un carro y, como rebotando, salta hacia atrás, muy despacio, cae al asfalto, se despatarra, se recoge, da una voltereta hacia atrás, vuelve a extenderse sobre el suelo... está representando una colisión con peatón herido. Es muy fuerte.

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