[Que descanses en paz, Víctor Zegarra, mecánico de bicicletas]
Murió (me dicen que de covid) hace dos semanas, Víctor Zegarra, el maestro mecánico de bicicletas al que recurrí durante los ocho años pasados. Tenía unos pocos años más que yo, pasaba de los sesenta.
Doña Adela, panadera a media cuadra del taller ahora cerrado, me dice que Víctor le ponía piezas usadas a su bicicleta. Lo mismo hacía con la mía. Hace mes y medio, él, que había cambiado el perno largo inferior de mi freno trasero, me dijo, sin que yo se lo pidiera, que vuelva para recambiar esa pieza, que él creía no me duraría, por otra, igual usada, pero más resistente, que hallaría para mí. Pero desde entonces, pasando por ahí, ya no lo hallé. Y temí que pasara lo que pasó.
Varias entradas de este cuaderno ciclista son sobre Víctor, incluyendo una reciente donde no me muestro del todo contento con su trabajo.
Víctor me fiaba, cosa que ningún bicicletero anterior hizo. Me prestaba herramientas, sin una palabra. Cada vez, hacía allí un alto para poner unas gotas de aceite suyo a mi cadena y pedales. El taller, en la calle General Pando, a dos cuadras al poniente de la plaza Bolívar, era lugar de reunión y comentario, sobre todo político, de quillacolleños de mi edad y hasta diez o más años mayores.
(Doña Adela dice que son varias las personas conocidas suyas, entre ellas un primo de cuarenta años, que hace poco murieron de la enfermedad mundial. Habrá que cuidarse más.)
La doña no sabe adónde llevará a que le hagan mantenimiento a su máquina. Tampoco yo.
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