lunes, 26 de abril de 2021

Munimuni

Hay tanto muni en este tiempo de otoño (escribiendo esto, luego de ir en busca de la palta matinal, me desmunizo pantalón y chompa) que la delgada, larga y aferrada semilla debiera servir para curar algo, ¿no?, pasada por agua, secada al sol y molida, en alguna forma, ¿no?

(Colgada detrás de mí, mi querida polera de lanilla amarilla de cuello beatle con la que, igual que hice hoy, hace dos años, una mañana temprano salí a cosechar algo y que desde entonces no acabo de desmunizar. Es que, sacas el palito, pero éste deja aferrado al tejido unos garfios mínimos, casi invisibles para mi pronto sesentañal visión.

Llegado aquí a Illataco hace dos años, en venganza de lo que los munimunis me hicieron años atrás en Collpapampa y después en Paukarpata, agarré y coseché todos los que pude y los dejé resecarse sin fecundar...)

Y para su nombre, más que muni, me suena munimuni. Los munis, o como yo quiero llamarlos, los munimunis (los nombres repetidos o especulares, desde algunas de las lenguas indígenas de Bolivia, apuntan a la abundancia de lo nombrado; por ejemplo, Mollemolle, un sitio no lejos de donde estoy, quiere decir bosque de molles) son unas semillas negras o de color café, de uno a dos centímetros de largo, filamentosas, hechas a pasar mucha seca, que en la punta exterior tienen dos o más hilillos semirrígidos que en su extensión de uno a dos milímetros tienen unos minúsculos apéndices, no visibles a simple vista, con los que se aferran a la piel humana, a diversas telas de ropa, al pelo de vacas, perros, gatos, etc. Arrancas de tu ropa los munis, pero ellos a veces dejan prendidos, ocultos en el tejido, sus garfillos, ya difíciles de echar. La planta es menos que un arbusto flacucho de hojas aserradas de volor verde oscuro. La flor es bonita, de pétalos blancos, pequeños. Es la semilla la mala.

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