No luna, sino luminaria
No es que la luna me haya nunca asustado, pero la otra noche madrugada cuando por un instante pensé que eso brillante, pequeño, hecho de luz, podía ser ella, colgando allá de tres pisos de pared desnuda y claustra de una casa, sentí temor: a la luna le tocaba ser nueva u opaca ese día, y su hora de salir era más tarde que entonces.
Mirando la cosa, era una luminaria intensa, de esas que reapaldan a una de las cámaras filmadoras cuyo espiar se guarda para que unos vecinos preparen de repente acusaciones contra quienes -- vecinos también ellos -- se alunan con el brillo sombrío de la propiedad de los vecinos. El foco desnudaba un patio-lote vacío, desierto, pelado como escena para nadie allí.
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