domingo, 19 de julio de 2020

Sapos de Coñacoña

Rompe su encierro laminar de agua templada una burbuja de aire frío, revienta en la noche el ruido de vidrio de los sapos. Una botella de vidrio opaco golpeada, horadada de un saque por un cuchillo de agua. Así oigo a los sapos. Una cuerda de vidrio sin color, elástica por asombro ; se estira tensa, rompe uno de sus hilos, y se retrae, vuelve al reposo. Así oigo yo a los sapos.

Arropado con mi chamarra negra de corduroy paso por el costado de la laguna de Coñacoña. Y los sapos. La laguna quieta. Fresca el agua, oscura, cerca a mí. La oscuridad esta, bendita. La soledad necesaria. El silencio... me llena.

(Segunda semana de marzo 2018.)

Adición una semana después. Asfaltaron parte de la franja de tierra de alrededor de dos metros y medio de ancho pegada al lado oeste del encerrado de la laguna-parque. Ahora los carros pasarán a un metro de la malla, casi rozándola, dejará de haber senda ciclista y peatonal, el ruido, el polvo, la vibración motorista se acercarán a Coñacoña. La vía pasa de seis a ocho metros de ancho. Lo hicieron para abrir paso al escenario de patinaje de unos juegos deportivos internacionales que se harán a medio año aquí en Cochabamba. También iluminaron el costado de la laguna y el del canal, que es el Rumimayu -- donde algunas veces bajé a hacer el dos. El espacio es intervenido por el estado, quitándonos a los hombres y mujeres campo para, simplemente, ser, estar, hacer, y dejar estar, dejar vivir a los otros animales.

-- Otra cosa sobre un sapo: http://cuadernociclista.blogspot.com/2018/12/sapo.html.

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