viernes, 25 de octubre de 2024

Los sionistas = los israelíes

Viéndolos en los videos recientes, muchos israelíes me parecen hechos de hierro. Sobre todo los soldados, y más, los oficiales, parecen la imagen misma de la virilidad, la dureza, y la viveza, el apronte. Muchas mujeres israelíes no se quedan atrás: qué astutas, qué karenas (ésta es palabra reciente que señala a mujeres de clase media, egreídas, despreciadoras, raleadoras, que defienden amparadas en la fuerza policial su privilegio ante los desposeídos).

En otra ocasión, les voy a contar de la figura opuesta al ideal masculino sionista duro: el freien o sucker, o en idioma cochala, el alcagüete: el tipo que es visto como débil, que le hace una finta al poderoso y recibe de este la amenaza: la próxima vez, no te saldrás con la tuya, ahora sí vas a ver (ver cómo yo, el patrón = el empresario, el que maneja auto caro, te castigo, te azoto). Ven cómo hago la referencia a nuestra Bolivia, donde por hoy toda decencia se evapora. Dejo esta comparación para después.

En las fotos que para los sitios de citas en internet, esos soldados israelíes se toman en Gaza con fondo de edificios recién quemados (por ellos), mezquitas derrumbadas, prisioneros palestinos maniatados y con los ojos vendados = humillados, torturados, los sionistas posan como modelos de revista: lo artificial, lo forzado y lo vacío de sus gestos... como un espejo que mira nada más a otro espejo: la nada, vanidad.

Les hablaré en otra, de cómo este proyecto sionista de hombres duros sale del antisemitismo de los judíos europeos asimilados pero rechazados por los gentiles, hace 150 años, o sea, sale de su odiarse a sí mismos.

También después, voy a poner esta dureza sionista que es maldad indiferente, impiedad, lado a lado con el irrespeto por los mayores y los ataques impunes a los débiles que un joven holandés vio en la Alemania de hace 110 años, cuando el nazismo se gestaba en el vientre social ario.

(A diferencia de los palestinos, algunos de los cuales se permiten lamentarse o hasta llorar delante de los demás cuando saben de la muerte de un hijo, una madre, y que sostienen, acarician largamente la mano, el pecho, el rostro o el piecito amado recién perdido, pero que en los funerales, los hombres se portan mesurados, compuestos, quietos, para no apenar al muerto — mientras las mujeres plañen, ululan con sus lenguas —, qué manera de berrear en público la de los israelíes, qué escenas, cuánto descontrol.)

— referencia a esto último: https://x.com/SuppressedNws/status/1849819927391138193

Para mostrarles que el logro de esta dureza sionista tiene al menos ochenta años, copio cita del cuento "El hijo", de la colección de cuentos Un amigo de Kafka, de Bashevis Singer, judío polaco que lo escribió en yídish, estimo que en los años cincuenta.

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[A]fuera hacía calor y llovía. Una multitud... Tenía la impresión de que todos los judíos de Nueva York se hubieran congregado allí. Estaban los integrados, los rabinos de largas barbas y con crenchas, mujeres con números que les fueron tatuados en los brazos en el curso de su estancia en los campos de concentración hitlerianos, representantes de las organizaciones sionistas con abultadas carteras bajo el brazo, estudiantes de yeshiva con bonetes de terciopelo y barbas incipientes de rebelde pelo, y damas de sociedad con los rostros maquillados y pintadas de rojo las uñas de los pies. Me di cuenta de que nos encontrábamos en una nueva época de la historia de los judíos. ... Medía con la mirada a cuantos pasaban ante mí y me formulaba sin cesar la misma pregunta: ¿en méritos de qué elemento es este ser hermano mío? Las mujeres de Nueva York se abanicaban, hablaban todas a un tiempo con roncas voces, tomaban refrescos de chocolate y Coca-Cola. En sus miradas se veía una dureza en modo alguno judaica. Resultaba difícil creer que pocos años atrás los hermanos y las hermanas de aquellas mujeres, en Europa, [hubiesen ido] como corderos al matadero. Los modernistas judíos ortodoxos jóvenes, con capelos ocultos entre su reluciente cabello, hablaban inglés en voz alta y bromeaban con las muchachas cuyos vestidos y comportamiento no mostraban el menor indicio de religiosidad. Allí incluso los rabinos eran diferentes, no eran como mi padre y mi abuelo. Tenía la impresión de que aquella gente fuera mundana y astuta. ... Trababan amistad entre sí con insólita rapidez, se comunicaban informaciones recién adquiridas, intercambiaban frases y sacudían la cabeza en asenso de lo que unos y otros sabían. ... Hablaban en hebreo, aunque en sus palabras había cierto acento propio de gentiles.

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