Inflo ruedas en el día sin autos
El domingo 1 de este mes, día sin autos, invitado por Lucho, trabajé inflando ruedas de bicis en el mercado Calatayud. Llegué a las ocho. En la mitad de cuadra de los vendedores de repuestos de moto, que hace años vendían repuestos de bici, habían unos cuatro equipos de infladores. Bajo el toldo del vendedor Nelson, Lucho incitaba a los biciúntes a acercarse a que él aumente aire a sus ruedas: "Amigo, aire, aire, tu llanta está baja".
A los pocos minutos, ya estaba yo usando el inflador amarillo del Nelson, con el que bastan cinco o 6 empujes para llenar de aire una cámara. Pronto empezaron a llegarme también parchadas, para las que usé los parches, pegamento líquido, tijeras, lija que había llevado, y agua en un bañador ajeno. Primero Lucho y después Nelson, me dijeron que en vez del inflador de pie, use la manguera de la compresora: "más rápido, más eficiente y más profesional, no ve?" (la diferencia habrá sido de un minuto a un cuarto de minuto).Y uno y el otro se quejaron en voz alta de mi tardar mucho reponiendo cubiertas en su aro de rueda. Pero en los tres o 4 casos en que yo sé que tardé, hubo motivo para ello. Recuerdo un caso: la llanta nueva que Nelson le vendió al cliente estaba retorcida, no tenía la forma adecuada para ser puesta sin más sobre el aro. Luego de bregar yo mucho rato, vino Nelson y reconviniéndome, tomó la tarea para sí y la cumplió en cuarto minuto o menos. ¡Fue porque yo ya había alistado, a fuerza de dedos, los varios otros trechos en que la cubierta no se amoldaba!
Me queda de la jornada en que fui inflador de ruedas de bicicletas: que el tiempo pasó volando. Eran las ocho, y de pronto, pasados unos sofocones, ya era medio día y mi amigo Mario me llamaba por el teléfono, diciéndome que el almuerzo estaba listo; habiendo almorzado, llego de vuelta al puesto, eran las una, pasan otros sofocos, y al darme cuenta, atardecía, no habían ya casi clientes, y la cosa era recoger las herramientas.
Muchas de las bicis que toqué estaban recién sacadas de su sopor de cinco meses (desde el anterior día sin autos, en abril), y sus dueños nos lo decían así.
La gente es amable. Nadie se fijó en mi lentura ni me apuró, nadie vio mi chambonería. Excepto el dueño de una bici que me tuvo que decir que el cambiador de caja de su bici lo había yo puesto al revés, hacia arriba, y no, como se debe — y aquí el muchacho me señaló el derailleur de mi propia bicicleta, patas parriba un poco más allá — hacia abajo... Hubo un cliente que por no sé qué toques a su bici, la de su mujer y la de su nieta, por los que les estaba cobrando cinco pesos, insistió en que me quede con los diez que me dio.
La gente no tiene problema de pagar lo que se le dice, no discute, no regatea los precios de los arreglos, puestos por los bicicleteros improvisados.
Lucho agarraba una herramienta, la usaba o no, la tiraba en cualquier parte del suelo; dándome vuelta, yo la levantaba y la ponía en su lugar, no fuera a ser que, reculando sin mirar, Lucho la pisara. Lucho usó y agotó mi pegamento, rompió mi papel de lija. Habían dos adaptadores de boca de manguera de inflador. Muchas veces, luego de usar Lucho uno de ellos, los llevé de vuelta encima de mi trapo anaranjado. Durante buen rato sólo vi uno de los adaptadores. Lucho era un tifón, arreglando bicis, volcándolas, golpeando las herramientas contra el suelo, cobrando a los clientes, animándolos o intimidándolos a hacerle arreglar sus bicis. Ahora estaban de nuevo los dos adaptadores, pero uno de ellos sin su cadenita. No supe cuál era el mío.
Me gustó que, más de una vez, al estirar con alicate las válvulas de cámaras neumáticas que había remendado, para sacarlas lo suficiente por el hueco de su aro, lo hice con suavidad, sin dañar su circularidad ni su rosca.
A dos ciclistas les hice inmovilizar las ruedas delanteras de sus bicicletas entre sus piernas, agarrándolas ellos de sus manillares, para que yo operara en ellas. Es una postura firme, que yo uso a veces para, usando mis manos, cargarme algo a la espalda estando ya a caballo de la bi pero todavía sin montarla.
Debajo del manubrio de la bici que un cliente volcó para que yo se la atienda, un trapo anaranjado. Me parece ajeno. Un rato: yo tengo un paño así, es donde pongo mis herramientas y cosas para parchar. Me doy la vuelta. Esas cosas mías están desparramadas por todo lado en el suelo. Retiro mi trapo, pero el ciclista me lo pide; no quiere que se raspe el shifter de su caja. Esto, proteger mi manubrio, en aquel caso, sus empuñaduras, es algo que yo sabía hacer en el taller de bicicletas adonde iba.
Cuando se veía que iba a atardecer pronto, me apremió la necesidad de baño. En la esquina, estaba cerrado el baño público (o más bien, privado, porque para usarlo, se paga). Me indicaron el negocio alcohólico de doña Ana, donde fui, y sin decir nada a nadie, usé una taza, saliendo, igual, sin mirar a la gente que bebía en la acera, entre la que talvez estaba Ana.
Además de a nosotros dos, mi amiga Linfa, vendedora de repuestos de moto y mamá de Lucho, acogió como mecánicos de bicis, a Juan y su hijo. Al recoger las herramientas para acabar el día, a Juan le faltaba una llave 10 (es pequeñita). La buscó por todo lado, la rebuscó: nada, no había. No, no era esa llave diez que yo le mostraba (la de Linfa y Lucho), sino que era así y asá. La describió. Hasta que yo, diciendo que en medio del trabajo, sé meter las herramientas a los bolsillos de mi pantalón, y volcando uno por uno mis bolsillos para la concurrencia, ¡hice aparecer la llavecita desde dentro de mi bolsillo delantero derecho, donde pongo las llaves de puerta casa y de chapa bici! ¡Hubieran visto la cara de alivio de Juan! No era para menos. Bonita su llave. Me quedé repitiendo: Cómo la habré puesto adelante, lo que hago siempre es ponerlas atrás...
Y ahora Lucho, ante los rezongos de su madre (que le decía que mucho tiraba las herramientas, y que un cliente se le quejó amargamente de haberle mordido su cámara...), le replicaba que él, por buena gente, me había invitado, y que, aunque se hubiera justificado, él no me echó en cara mis tardanzas. Y alardeaba de sus doscientos pesos ganados. Cómo lo habrá hecho. En el mismo tiempo, yo recaudé sólo cien... Ahora me doy cuenta cómo. Asustando a la gente: "Aire. Amiga, tu llanta está baja. Aire. Arreglo de bici?" Y alguna gente, poco ciclista, se acercó y se dejó dar aire...
Acabado el día mecánico, sentado sobre el asfalto del suelo, me lavé los pies con agua, me los sequé, me puse calcetines y zapatos, guardé las chinelas dentro de bolsa y mochila, y empecé a tranquilizarme. Comparando lo hecho en este día sin autos con lo hecho años atrás en días parecidos, inflar ruedas de bicis, pero entonces sin la presión de la plata, no supe decirme cómo fue que me dejé llevar esta vez a acatar esa presión. Pude recordar a alguien de quien parché una pinchadura, y al que despaché sin reacomodar su freno trasero. Espero que le haya ido suave nomás.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio