Cae la luna
Con mis ojos prendidos a ella, voy hacia el poniente; la luna baja y cae, se zambulle detrás de ese edificio. Sigo yendo; la luna no deja de precipitarse, ella cae una vez más, se oculta tras de esa casa, y, exhaustiva, de nuevo cae debajo de un horizonte plano apenas alzado. Reviso adelante mi camino sobre asfalto: no hay piedras, no huecos. Vuelvo a pender de ella –– ¿cómo si no ha de hacer uno con quien ella, aunque fría y lejana, es grande y linda? –– de ella sola, no suelto a la luna que quiere irse y ya se irá. Pero todavía, un rato más: cae.
Y al verrés, yendo para adelante, vuelcas la cabeza y ves a la luna subir, sale desde atrás de esa casa alta, tú pedaleas y ella se alza sobre el puente peatonal, aparece por entre y por encima de la copa del gran árbol, tú prosigues, tu cabeza hacia atrás, y ella sube, sube la luna.
(Por el camino viejo a Quillacollo, a fines de marzo 2018, una luna media.)
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