lunes, 2 de marzo de 2020

Dos truferos en Illataco

Es bajo y tiene poco más de veinte años. Se sienta frente a mí y pide el desayuno básico, uno cincuenta, más dos panes, dos cincuenta. Son las siete de la mañana. Llega otro chofer de trufi y se sienta a su lado. Este es de unos cuarenta años, es bajo, pero no tan flaco como el otro. Hablan de otro chofer, supongo; dice uno que la próxima vez que [aquel otro chofer no ceda ante él, supongo], le hará tal cosa [no cederá él ante aquél]. Habla el otro de una paliza que dio a un tercero. Algo habrá en lo que dicen... mínimamente mala disposición hacia unos otros.

Entonces llega corriendo a la mesa un muchacho y le dice a uno de los choferes que dejó su teléfono móvil en el trufi. El chofer abre la movilidad, saca el aparato. Antes de devolvérselo, le pide al muchacho una recompensa. Y al otro chofer le hace el gesto con la mano de dos, dos bolivianos, que, supongo, es lo que espera recibir. Pero recibe cuatro bolivianos. La desayunera y yo nos escandalizamos. ¿Cómo cobrarle a alguien para devolverle lo que es suyo? El otro chofer nos dice que no hablemos de lo que no sabemos. Coordinadamente, la desayunera y yo les decimos que sabemos de qué hablamos, de olvidar una cosa y recuperarla.

Fue hace unas semanas en la plaza de Illataco.

Hoy, en Illataco, por subir al trufi del primer chofer del que hablo arriba, que saldrá pronto, veo que baja otro desde Falsuri, que me llevará antes. En el intercambio con el chofer de referencia, casi le pongo el dedo índice a la panza. Soy demasiado confianzudo.

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