jueves, 13 de febrero de 2020

La palta de hoy

Suficientemente blanda. Tiene el largo de mi dedo meñique (hay paltas más grandes, hasta del largo de mi dedo medio). La piel negra, que masco y como, es muy delgada y añade un sabor apenas picante. La pulpa, pasando, de afuera hacia adentro, del verde al verde claro, es demasiado rica. Echo pizca de sal a uno o dos de los mordiscos. La piel de la pepa, esa piel reseca y quebradiza, se apega a la pepa, no tendré que despegarla de la pulpa. Quería acompañar la palta con pan, pero me olvidé del pan, que me entrará solo, ahora.

Alzo cinco o seis paltas por semana, de debajo de los árboles. Caen duras las paltas, y últimamente casi ninguna picoteada por pájaro. Son las lluvias, a veces es el viento, los que las tumban. Como la hierba está crecida, la buscada es más morosa, y alguna vez, es con los pies, al tanteo.

El papel periódico en que las envuelvo para que maduren se pedacea. Tardan de uno a tres días en madurar.

La alegría salvaje que siento desde hace días tiene poco, muy poco que ver con comer palta a diario. La alegría que tengo, que es "the stab, the pang, the inconsolable longing" (C.S.Lewis, Surprised by joy, hacia el principio del capítulo V, titulado "Renaissanse") me llega de otro lado, y quien me lea sabe de qué hablo ahora.

Esto de arriba es para mi querido Omar, ciclista hovero. Omar no leerá esto, a no ser que alguno de ustedes lectores se lo señale. Él, dirigente sindical de una de las instituciones de salud de la ciudad de Cochabamba, es por años también dirigente de los vecinos del barrio que los trabajadores de salud tienen en Esmeralda, yendo a Sacaba, asiste hace décadas en el estadio a cada partido del equipo Wílsterman, y se ocupa responsablemente de su familia.

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