Ofrece puño
Para junto a la acera, media cuadra adelante. Otro auto me oculta su bajarse del autito. Cuando paso a su lado lo veo sobre el asfalto, bastante más alto que yo, flaco, semijaila, de hasta treinta años. "Conque cinco centímetros ¿no?", me dice. (Cinco centímetros de espacio para pasar entre su carrito y otro auto, fueron los que le pedí, dos cuadras atrás.) Muestra un puño. Me hago a un lado, sigo adelante. Más allá, ya reincorporado él al tráfico, me dice "viejo" condimentado con un insulto. A mí también se me sale algo fuerte, y en voz alta. Hay ocasiones de salir de esa avenida y ir a otra, pero las ganas de seguir cerca de la emoción me mantienen allí. Unas cuadras más allá, le digo, acercándome a su ventana derecha, que aprenda a respetar a todos en la calle, a la gente de a pie, a los ciclistas, a todos. Me dice que yo me metía por entre los autos. No hay tiempo para decirle que hice eso entre autos quietos, a la espera del cambio del semáforo. Solo le digo, ya suave (he visto su vergüenza) que es así como se maneja la bici (es así como la manejo yo). Pasó esta semana. Guardaba en la memoria el número de la placa, pero decidí olvidármela.
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Nos encontramos con un amigo ciclista, que me cuenta que acaba de tener un encontrón con un motorista de moto que le pasó demasiado cerca, con amenaza suya de golpearle la máquina a él, y amenaza del otro de denunciarlo a la policía, amenaza ésta, conjurada con la participación de un espectador de a pie, que le dijo al motorista que, ante la policía, él diría lo que pasó : que el de la moto había amenazado al ciclista.
Le pregunto a mi amigo cuánto le dura la agitación después de incidentes como ese. Me dice que no mucho. Sobre mí, debo decir que, años atrás, una ocasión de peligro con gritos y amenazas solía despertarme cierta alerta personal que yo hallaba necesaria para algunos de mis días. Ahora, aunque cada vez, de las no muchas, en que esto pasa, siento la vuelta de mi pasado en sombras, digo que aunque me sigue gustando la emoción en la calle, logro ya, a los pronto cincuentaicuatro años de edad, saber que gran parte de ese estilo está de más, que puedo muchas veces controlarme... y que mis excesos vocales me causan un malestar difícil de tragar.
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