sábado, 9 de junio de 2018

El dedo índice de un motorista

A las nueve menos veinte de la noche de hoy, es decir, hace casi una hora, yendo yo recto por la calle Jordán, entró a la calle que yo seguía, desde la Junín, una vagoneta color rojo, con placa 2517 IPF; al chofer de entre treintaicinco y cuarenta años, macizo, al maniobrar para apegarse a la izquierda y así darme campo, lo vi hacer este gesto: me apuntó con el dedo índice de la mano derecha, estirando todo el brazo; no vi bien su cara, no pude compulsar la expresión de su cara con el gesto del brazo, que no entendí.

Ahora, a mí ya me pasó esto. Mayo de 2005, distribuidor de la Muyurina, parte exterior, es decir, lado Norte del distribuidor, yendo yo por el corredor estrecho, que no deja pasar a un carro al lado del ciclista que se cuida a sí mismo, y un carro me bocinea: no lo dejo pasar, me pongo al centro de la vía, insiste, no me dejo; cuando ya hay campo, pasa: en un jeep de tamaño mediano, son tres muchachos semijailas, de hasta veinte años, dos adelante y el tercero, atrás; este, cuando el carro me sobrepasa y se aleja, estando a menos de quince metros, manipula un arma de fuego de tipo revólver que me muestra, sin llegar a apuntarme, la agita; pero su cara me dijo que habría sido capaz, dado el caso (que no era entonces), de usar el arma. Yo estaba, pues, desde hacía un kilómetro atrás, vomitando en pleno camnino, con una gastritis, que me tuvo en cama, no recuerdo, entre tres y cinco días. Fue duro. Pero la enfermedad hizo pasar menos difícil la señal de agresión.

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