viernes, 22 de agosto de 2014

Pierdo las cosas, no sé dónde las pierdo

Bueno, pero eso es perder una cosa ¿no? No saber uno dónde la dejó. Lapiceros, que por hoy casi no uso, aun así, se me escapan, se van. Gorras, una cada dos semanas, no hay, ¿en el mercado, donde la comidera doña Beti, en ese internet, o sobre la mesa de la refresquera Bianca, dónde? Lentes, tan seguido que da rabia, y los pierdo con sus estuches, y los estuches cuestan tanto como los lentes. Qué mal, che, cómo vas a perder los lentes, amarrate mejor los watos, hombre, cuidá tus cosas, tus lentes. Chompas ¡en este invierno, que se está yendo! cuántas chompas fui perdiendo, bonitas, gruesas, hasta queridas chompas : una morada, de lujo, otra, de mujer, café con beich, rica chompa, otra negra con vivos verdes, delgada, cómoda, ancha, una cuarta, también de mujer, que, de veras, no recuerdo ni de qué color era, y eso que se me esfumó hace pocas semanas. Pañuelos... uuh. Ya ni quiero usar pañuelo, pero debo, necesito, la nariz me chorrea cuando me acatarro. Así que ya no compro pañuelos hechos, sino que voy donde costureras y pido tela de algodón, que pago bien barata, cortada del tamaño de un pañuelo o un poco más grande. Sirve.

Acabo de perder, aunque no justo ahorita, debe de haber sido temprano en la mañana, en ese lugar donde... Acabo de perder la chapa de la bici, que costó más de treinta pesos, con seguro de lujo, llave redonda hueca. Pero talvez la encuentre al volver por allí tarde en la noche. A ver. -- Después. Hallé la chapa.

Ah, y pierdo plata. Así como la encuentro, la levanto, y la uso, como viene, también, otros días, la tumbo, cae, y la pierdo, lo que, contando con que es poca plata, tampoco está mal... digo.

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